27.7.06

Como soldados de juguete




En las sociedades contemporáneas, resulta de vital importancia el análisis de un fenómeno complejo que, si bien data de los orígenes del hombre, no ha perdido su vigencia: la guerra.
Las hostilidades bélicas, independientemente de que se vean como un mecanismo de ataque o de defensa a agresiones externas, implican un alto costo para las sociedades que se ven involucradas en ellas y para los soldados que combaten cara a cara.
En teoría, el soldado sirve a su país y debe cumplir las tareas que le encomiende su gobierno, con el fin de resguardar la paz de sus conciudadanos. No obstante, en tiempos de guerra, la política exterior y el estado de las relaciones internacionales tienen un mayor peso al dictar el rumbo que tomarán las milicias en el campo de batalla, y al fijar las alianzas en la estrategia bélica.
Actualmente, la guerra entre Estados Unidos e Irak genera hondas consecuencias en la dinámica mundial, de forma similar a las que propiciaron las dos guerras mundiales en el siglo XX.
A pesar de la importancia que conlleva el conocimiento de la información internacional para el ciudadano común, la mayoría de la población originaria de Estados Unidos desconoce por completo lo que ocurre fuera de su territorio, aun cuando tenga relación con algún aspecto de la política exterior norteamericana. Esta característica es sumamente grave, si se considera que Estados Unidos es la primera potencia mundial.
El etnocentrismo norteamericano se aprecia de forma particular en los soldados estadounidenses, quienes, además de ocupar los estratos más bajos de la población y, por ende, tener una educación menor; ignoran las condiciones de vida o la ubicación geográfica de los países a los que se trasladan para pelear. Muchos de estos soldados se alistan en las Fuerzas Armadas para pagar sus estudios o mantener a sus familias.
En su afán por convertirse en héroes, las fuerzas militares cometen errores tan graves como el bombardeo de zonas residenciales, al vagar sin rumbo fijo por un país que ignoran, en una guerra que no les afecta directamente. Probablemente, ésta sea la explicación para el ataque con cohetes efectuado en la casa de Alí Abbas, un niño iraquí de doce años, quien, como resultado de dicha operación, perdió los brazos y quedó huérfano.
En las condiciones anteriormente expuestas, ¿puede considerarse a los soldados como individuos conscientes del rol que desempeñan en los cambios de la dinámica mundial, o como meros juguetes de la política exterior, envueltos en la incertidumbre y la espera?
Para el soldado abandonado en una tierra extranjera de la cual no tiene el más mínimo conocimiento, así se trate de la Segunda Guerra Mundial o de la guerra de Irak, su destino viene marcado por la cambiante política internacional. La guerra se convierte en un juego, en el cual se dispara a todo aquello que tenga movimiento, sin sospechar que detrás del objetivo hay un ser humano de carne y hueso, con una familia, con sueños y aspiraciones.
Cuando llegan los momentos duros de la guerra, el soldado advierte que está solo, que no cuenta con el apoyo que requiere de su país, que está incomunicado con el mundo exterior, que lucha una guerra que no le pertenece y que es simplemente un número más en la lista de combatientes, una pieza más en el entramado de las relaciones internacionales.

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